Mi
muy querida Caroline,
Si
las lágrimas, que usted vio y sabe que no soy aficionado a verter, si la
agitación en la cual me separé de usted, agitación que usted debe haber
percibido a través de todo este tenso, nerviosísimo proceso, no comenzaron
hasta que el momento de dejarle se acercó, si todo lo que he dicho y hecho, y
estoy aún preparado para decir y hacer, no han probado suficientemente cuáles
son y serán mis sentimientos verdaderos siempre hacia usted, mi amor, no tengo
ninguna otra prueba a ofrecer.
Dios
sabe que deseo verla feliz, y cuando renuncié a usted, o mejor dicho cuando
usted por un sentido del deber a su marido y madre renunció a mí, usted deberá
reconocer la verdad de lo que de nuevo prometo y hago voto, que ninguna otra en
palabra o hecho ocupará el lugar en mi afecto, que es y será consagrado a usted
hasta el fin de mi existencia.
Nunca
supe hasta este momento, la locura de mi queridísima y más amada amiga.
No
puedo expresarme, éste no es tiempo para palabras, pero encontraré orgullo y un
placer melancólico, en el sufrimiento que usted misma apenas puede concebir,
para usted ponga no conocerlo. Ahora debo salir con el corazón cargado, porque
apareciendo esta tarde detendré cualquier historia absurda que los
acontecimientos de hoy pudieran originar. Usted piensa ahora que soy frío y
severo, y ingenioso -otros pensarán igual, hasta su madre- esa madre a quien
debimos sacrificar mucho de hecho, más, mucho más en mi caso, de lo que ella
sepa o pueda jamás imaginarse.
"Prometer
no amarla." Ah, Caroline, está más allá de la promesa, pero atribuya todas
las concesiones al motivo apropiado y nunca deje de sentir todo que usted ya ha
comprobado, y más que puede ser sabido siempre por mi propio corazón, quizás el
suyo.
Quiera
Dios protegerle, perdonarle y bendecirle, siempre y aún más que siempre
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