El
té, viniendo del imperio chino,
se
encontró con la salvia en el camino.
Ella
le dijo: «Adónde vas, compadre?»
«A
Europa voy, comadre,
donde
sé que me compran a buen precio.»
«Yo»,
respondió la salvia, «voy a China,
que
allá con sumo aprecio
me
reciben por gusto y medicina.
En
Europa me tratan de salvaje,
y
jamás he podido hacer fortuna.
Anda
con Dios. No perderás el viaje,
pues
no hay nación alguna
que
a todo lo extranjero
no
dé con gusto aplausos y dinero».
La
salvia me perdone,
que
al comercio su máxima se opone.
Si
hablase del comercio literario,
yo
no defendería lo contrario,
porque
en él para algunos es un vicio
lo
que es en general un beneficio;
y
español que tal vez recitaría
quinientos
versos de Boileau y el Tasso,
puede
ser que no sepa todavía
en
qué lenguas los hizo Garcilaso.
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