Las
puertas del año se abren,
como
las del lenguaje,
hacia
lo desconocido.
Anoche
me dijiste:
mañana
habrá
que trazar unos signos,
dibujar
un paisaje, tejer una trama
sobre
la doble página
del
papel y del día.
Mañana
habrá que inventar,
de
nuevo,
la
realidad de este mundo.
Ya
tarde abrí los ojos.
Por
el segundo de un segundo
sentí
lo que el azteca,
acechando
desde
el peñón del promontorio,
por
las rendijas de los horizontes,
el
incierto regreso del tiempo.
No,
el año había regresado.
Llenaba
todo el cuarto
y
casi lo palpaban mis miradas.
El
tiempo, sin nuestra ayuda,
había
puesto,
en
un orden idéntico al de ayer,
casas
en la calle vacía,
nieve
sobre las casas,
silencio
sobre la nieve.
Tú
estabas a mi lado,
aún
dormida.
El
día te había inventado
pero
tú no aceptabas todavía
tu
invención en este día.
Quizá
tampoco la mía.
Tú
estabas en otro día.
Estabas
a mi lado
y
yo te veía, como nieve,
dormida
entre las apariencias.
El
tiempo sin nuestra ayuda,
inventa
casas, calles, árboles,
mujeres
dormidas.
Cuando
abras los ojos
caminaremos,
de nuevo,
entre
las horas y sus invenciones
y
al demorarnos en las apariencias
daremos
fe del tiempo y sus conjugaciones.
Abriremos
las puertas de este día,
entraremos
en lo desconocido.
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