Te
palpo, te toco, y las yemas de mis dedos
buscan
las tuyas porque si yo te amo y tú
me
amas, tal vez no todo esté perdido. Las
montañas
duermen abajo y quizás las
margaritas
enciendan el campo de flores
blancas.
Un campo donde Los Andes y el
Pacífico
abrazados en el fondo de la tierra
muerta
despierten y sean como un horizonte
de
flores nuestros ojos ciegos emergiendo
en
la nueva primavera, ¿Será? ¿Será así? las
margaritas
continúan doblándose sobre el mar
difunto,
sobre las grandes cumbres difuntas y
en
la oscuridad, como dos envanecidas pieles
que
se buscan, mis dedos palpan a tientas los
tuyos
porque si yo te toco y tú me tocas tal
vez
no todo esté perdido y, todavía, podamos
adivinar
algo del amor. De todos los amores
muertos
que fuimos y de un campo de flores
que
crecerá cuando nuestras mortajas blancas,
cuando
nuestras mortajas de nieve de todas
las
montañas hundidas nos besen boca abajo y
nos
vuelvan para arriba las erizadas pestañas.
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