Era
capaz de hacer a un niño reír sin parar,
tenía
ocurrencias tan geniales, solo él era capaz.
La
cara pintada de colores y en la mano un violín,
que
sonaba más o menos pero hacía reír.
Y
el caso es que en el fondo era un infeliz,
le
parecía ridículo pintarse la nariz,
lucía
mucho más un salto mortal
y
él quería ser equilibrista
y
oír sobre la pista ovaciones
en
vez de tanto reír.
Nunca
supo asumir su posición, sin darse cuenta
que
hacía feliz a tantos en su papel de cenicienta.
Que
si un día faltase en el circo llegaría a su fin
que
nunca sería el mismo sin su violín.
Pero
él seguía empeñado en ser infeliz,
se
veía tan ridículo pintada la nariz,
soñaba
todavía con el trapecio,
pretendía
ser equilibrista
y
oír sobre la pista ovaciones
en
vez de tanto reír.
Fue
una mañana blanca, invernal, tras el ensayo,
no
pudo resistirlo más, se subió en el travesaño,
y
al verse en la altura
sintió
subirle el vértigo hasta la nuez,
y
no habían puesto mallas la última vez...
apenas
sintió nada cuando cayó,
el
domador, que regresaba, fue el primero que le vio.
Logro
salvar la vida y un mes más tarde le dijeron:
"Todo
ha terminado, el circo ha cerrado,
ya
no venían niños a la función."
Hoy
vive retirado en algún lugar, en las afueras,
pegado
día y noche a su silla de ruedas,
parece
que ha terminado aceptándose por fin,
que
incluso algunas veces toca el violín.
Diez
niños le visitan y le hacen feliz,
cuando
les ve llegar a lo lejos, se pinta la nariz.
Y
cuando alguno se burla con desprecio, él contesta:
"Sería
un miserable, sería yo el culpable,
si
no cumpliese la misión que recibí.
Porque
aunque fui un fracaso,
soy
de profesión payaso,
no
me juzgues mal, Dios me hizo así".
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