Las
palabras
que
nunca llegaron a la última versión
tal
vez eran mejores.
Tienen
la gracia de las cosas perdidas:
la
puerta que no abrimos,
el
amor olvidado.
Como
flores disecadas
los
vocablos encerrados en círculos
o
aniquilados por un tachón violento
florecen
cuando
es otro el que asoma
a
la intimidad del texto
y
descubre no el poema
sino
el alma de atrás:
vacilaciones
clandestinas,
ocurrencias
podadas en retoño.
Esa
caligrafía
un
poco descompuesta por los años
algo
ilegible
como
la voz vecina que escuchamos
a
través de un muro,
como
mirar las manos del autor
que
ya no está.
No
sin culpa
el
voyeurista de este manuscrito
lo
siente palpitar y algo le dice
que
ese desorden,
ese
jardín con plagas todavía,
hierbas
silvestres cubriendo la silueta
de
algún árbol final
tiene
el encanto de otro paraíso.
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