El
escritor y crítico literario da un salto de la poesía a la narrativa y publica
su primera novela “El hombre que ordenaba
bibliotecas”.
SINOPSIS: Este libro no
trata sobre libros. Trata sobre alguien que, a punto de cumplir cuarenta años,
sufre, por primera vez en su vida, una monumental crisis de identidad que
implica también una paralizante crisis vocacional. Incluso su relación con los
libros, que tan necesarios habían sido siempre para él, se hace ambigua y hasta
amarga. Durante esos extraños meses, el protagonista de esta novela sólo
obtiene un consuelo inesperado en los encuentros que, primero por trabajo y
después por casualidad, tiene con un hombre enigmático con el que establece una
curiosa y asimétrica relación intelectual, y que despierta en el personaje el
deseo de dedicarse a ordenar o completar bibliotecas ajenas, ocupación en la
que, a su vez, irá relacionándose con los seres más estrafalarios, un verdadero
catálogo de desórdenes psiquiátricos producidos principalmente por la propia
literatura, e incluso por ese mismo libro que estamos leyendo, que a su vez
deriva en una cavilación deliberadamente errática, en busca de los asuntos esenciales.
“El hombre que ordenaba bibliotecas” es
también una indagación en la vida a través de los libros. Lo primero que nos
dice la solapa, en esos textos que intentan situar, atraer o avisar al lector,
es que este libro, a pesar de este título tan literario, tan poético, no os va
a hablar de libros. Sí lo va a hacer, pero no de la manera que esperaría ese
lector que lee y se fía de fajas, solapas o contraportadas.
El
título y la profesión son un pretexto que rodea al protagonista desencantado de
los libros, llegado el momento del colapso, decide dejar de leerlos y hablar de
ellos como profesión y deriva su trabajo hacia las bibliotecas privadas que
precisan un reacondicionamiento caprichoso por las razones más divergentes de
sus propietarios. A partir de ese momento, deja de verlos desde dentro para
verlos desde fuera. Y tras una conversación con un personaje con el que
transita la novela y hará repaso de las cosas de las que de verdad le interesa
hablar, en distintas ciudades, de manera un tanto errática, inacabada.
Los
libros están y se nombran, el objetivo son las bibliotecas y sus dueños
existen, pero no es el tema, porque el tema es la literatura. Es como decir que
la vida está invadida por la literatura y cómo escribir desde la literatura
para poder hablar de la vida.
Argumento
original y escritor interesante. Es una novela corta y reflexiva. Cuenta lo menos,
pero para expresar más. Puede verse en la brevedad del libro.
Escrito
muy en serio, un humor especial invade cada una de las páginas, también
reflexiones profundas, tramas complejas y, como buen poeta, algunas imágenes
que os invaden visualmente. Con un lenguaje rico y muy bien llevado a la novela
desde la poesía. Cumple con el sentido del libro, donde la libertad, a modo de itinerario,
vertebra el viaje que emprende el protagonista-autor novelesco, que lo llevará
desde Toulouse a su Zaragoza natal, y de allí a Grenoble; transitando entre otras
muchas ciudades donde ejercer su peculiar oficio.
La
más urgente, en la forma y en el fondo, que la función de los libros es, entre
otras, ordenarnos la vida.
El
protagonista sin nombre de la novela es un crítico de novedades editoriales,
corrector y negro literario, que se acerca a la cuarentena y sufre una crisis
de identidad.
En
esta tesitura, sus dos únicos personajes son actores de una historia original. El
protagonista recibe la llamada de un misterioso y afable personaje sin nombre. Entre
ambos hombres, la conversación íntima fluye sin que apenas se sepa nada de
ellos.
En
esta parte, descubriréis que, en “El
hombre que ordenaba bibliotecas”, Marqués repasa las vidas de un puñado de
hombres y mujeres que viven el amor por los libros en el límite mismo del
exceso. Combina, como lo haría un pintor, materiales fríos y calientes, que
arrancan una sonrisa o provocan una reflexión crítica.
Por
el camino, no hay una página que no contenga una felicidad.
Marqués, sin duda, sabe mirar. Como novelista, en “El hombre que ordenaba bibliotecas” su ópera prima narrativa es muy
meritoria, un experimento literario apasionante que combina el sabor de la
verdad con el aroma de la ficción.
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