Estas manos vencidas, humilladas
por el impúdico jornal del llanto;
inevitables manos enredadas
en la madeja gris del desencanto;
truncas, inermes manos desasidas,
reñidas, arrastradas por el suelo;
manos a ciegas, por doquier tendidas
a qué improbables dádivas del cielo;
estas manos, proclamo, un día habrán
de retoñar bajo la lluvia airada
como un brote pugnaz de oscuras rosas
para quitar la vida o dar el pan,
para afilar el cálamo o la espada.
¡Prontas, valientes manos prodigiosas!
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