A
menudo, cuando veo jugar al ajedrez,
sigue
mi mirada a uno de esos peones
que,
poco a poco, van hallando su camino
y
logran llegar a la última línea.
Con
tanto celo camina hacia su meta,
que
aquí realmente parecen comenzar
sus
alegrías y recompensas.
Muchas
tribulaciones encuentra en su camino.
En
diagonal sus dardos le disparan los alfiles;
las
torres lo acometen con sus anchos
corredores;
entre sus dos cuadros, veloces intentan
los
caballos atraparlo con engaño;
de
aquí y de allí, acechado por la angular amenaza,
avanza
un peón por su camino,
desde
el campo enemigo despachado.
Mas
escapa de todos los peligros
y
consigue llegar a la última línea.
Qué
triunfante llega a aquí,
a
la temible línea final.
¡Con
qué alegría alcanza su propia muerte!
Pues
aquí morirá el peón,
sólo
para esto eran sus afanes.
Por
la reina, que ha de salvarnos,
por
resucitarla de su tumba,
vino
él a caer en el infierno del ajedrez.
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