Domingo,
nueve y media. Qué temprano.
Y
hoy llueve.
Aquí,
en este lugar, no llega ni el silencio.
Sólo
el ruido del agua que salpica las redes
donde
clava sus gotas un día de febrero.
Hoy
es marzo. No importa. Tiene gusto a febrero.
Hay
un largo silencio que está quieto y escucha,
una
extraña presencia de palabras ausentes
y
una huella borrosa de nostálgicas luchas.
Domingo,
nueve y media. Otros viejos febreros,
otros
marzos antiguos desfilaron así.
Y
en tanto crece el marco de un ajeno presente
surge
el viejo deseo de morirnos aquí.
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