En el hueco de la mano, alumbramiento de hojas.
En la mano,
un hueco de pétalos como muchedumbre que no ha llegado
a ningún sitio, porque llegar es nacer y sólo se nace
en la mano, sólo en el hueco de la mano que nos sostiene.
¿Hueles los nardos? ¿Acaso el olor de los nardos no es un tacto,
acaso no acaricio la palabra como arcilla en la piedra,
acaso no me hundo en la palabra como un hueco que se esconde
y se prodiga, como un cuerpo abierto de amor en el silencio?
En el hueco de la mano, nada quema ni la vida pasa
ni el amor huye, porque en lo profundo de la vida se detiene
y se detienen las manos que han tocado otra mano en la arcilla.
En manos he vivido mi vida, en huecos he bebido el agua
que me daban y he comido el poso de nardos sin horizonte,
el paso de las rosas, el paso detenido del infierno,
la memoria del mundo, el amor que sólo cabe en una mano:
verdadero amor el que cabe en la mano, verdadera vida.
Sonido y silencio, agua y flor, luz y sombra, los ojos de Dios,
los ojos del hombre -lo único sin horizonte-, soledad
-morada del hombre, alma-, todo cabe en el hueco de una mano.
En el hueco de mi mano me encuentro, me tiendo y me prodigo
para cuando no importe ni el sonido no el silencio ni el hueco
amoroso de otra mano, ni el cielo más bello entre los pétalos.
Manos mías, dadme la paz de un tiempo serenado en sus manos.
AUTOR: Sara Pujol Russell.
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