lunes, 21 de abril de 2014

DE UN ABRIL.



 
Otra vez huele el bosque,

 se ciernen las alondras, elevándose

 con el cielo, que estaba pesado en nuestros hombros;

 cierto es que se veía por las ramas el día

 qué vacío que estaba;

 pero tras de lluviosas tardes largos

 vienen las horas nuevas,

 soleadas de oro,

 huyendo de las cuales, en fachadas lejanas,

 todas las desgarradas

 ventanas temerosas agitan sus batientes.

 Luego se hace la calma. Hasta la lluvia

 cae más queda en el brillo de la piedra, que en paz

 se ensombrece. Los ruidos enteros se agazapan
 en los fúlgidos brotes de las yemas.

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