Tu
mano dura, rígida, apretando.
Apretando,
apretando hasta exprimir
la
sangre gota a gota.
Tu
mano, garra helada, garfio lento
que
se hunde… Tu mano.
¿Ya?
La
sangre.
No
he gritado. No lloré apenas.
Acabemos
pronto ahora: ¿ves?,
estoy
quieta y cansada.
De
una vez acabemos este juego
horrible
de tu mano deslizándose
—¡todavía!— suave y fría por mi espalda.
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