Quisiera
oír la sonora campanada de mi sonrisa
no
tal como se la ve en un espejo.
No
tal como se refleja en el lago de Narciso, la radio,
una
foto en el diario, la televisión.
Sino
la íntima y solitaria sonrisa de satisfacción,
del
acto que completa un deseo sin palabras.
Nunca
estuve en Grecia, en Irlanda, en Islandia, en Portugal;
y
cada lugar completaría con sus imágenes
lo
que de mí no tiene forma, ni nombre ni sonido.
Algún
rincón, algo me haría sentir que regreso
no
sé si una puerta o una calle, una cara
una
canción, o una plaza;
pero,
al conocerlas, sentiría: ¡He aquí este lugar!
¡Esta
mano!
¡Qué
alivio! ¡Por fin regreso!
Quisiera
oír
la
sonora campanada de campos y colinas,
mi
sonrisa.
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