-Ida
Vitale-
Lo
dicho queda, cala,
corroe
la leve pulpa que otro construye a solas,
como
en la fronda que el otoño ataca.
Porque
el otoño seca las hojas
de
manera bellísima:
deja
en el aire las puras nervaduras,
ésas
casi invisibles
en
las que reparábamos apenas
y
evapora esa verde sustancia que era,
para
nosotros, hoja.
Así
de pronto terminan los verdores.
Hay
que arrastrar cadáveres amados
y
consentir el lujo
de
la infinita dilación indecisa
y
el filo que mutila la voz, la tolerancia.
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