Tú,
que no me deseas,
Déjame
que te explique.
Hay
deseos y deseos.
Hay
deseos que suceden,
como
una brisa que hace levantar la cara
o
el rece inesperado de tu mano,
y
otros deseos que somos.
Deseos
que se te meten por los ojos
y
no paran hasta haberte agarrado el corazón.
Deseos
que alargan los dientes;
deseos
que acortan la vida;
que
te queman los dedos
en
el deseo de arder, arder y sin medida,
a
la medida de tus propios deseos.
Los
hay que tienen alas para escapar del mundo,
y
todo lo que deje mucho que desear.
Hay
deseos que perder, sí,
de
esos sé bien que hay.
Algunos
son recuerdos.
Algunos
son eternos
mientras
dura la noche.
Otros,
en cambio, que parecen caprichosos,
hacen
que te consumas lentamente
hasta
que lentamente los desnudas
y
te encuentras contigo en el espejo.
Y
entre tantos deseos,
déjame
que te explique:
hay
deseos y perjuicios.
Tú,
que no me deseas,
que
no mueves montañas,
que
no bebes los vientos,
que
no sabes que se puede volar
y
estar arrodillado al mismo tiempo,
tú,
tú
no entiendes de eso.
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