Y
ante mi abrazo te sentí rendida...
y ante
tu sumisión, mis besos sabios
pusieron
a temblar entre tus labios
ansias
de amor y de placer y vida...
Fue
un instante no más, uno de esos
siglos-instantes
que el amor nos brinda,
prometiéndole
un lauro al que se rinda
primero
en la batalla de los besos...
Lo
ves, mujer... No cabe en la materia
la
espiritualidad de lo insensible;
todo
es vencido ante el irresistible
empujón
de la carne y su miseria....
Y
te sentí temblar como la fronda
al
soplo tibio de la brisa vaga,
cuando
en su trino el ruiseñor divaga
y
peina el sol su cabellera blonda...
Y
te sentí temblar como la onda
que
su quietud sobre la arena apaga,
y
como el ave que sin rumbo vaga
y
un circulo invisible traza y ronda.
Y
te sentí languidecer al peso
de
mis labios, al peso de un gran beso
que
perfumó en tus labios a un suspiro,
tal
como languidece en la laguna
un
cisne enamorado de la Luna,
al
no hallarla en el cielo de zafiro...
Y
te sentí latir, tal como late
al
manotazo del ciclón la hoja,
como
en la espada late, humeante y roja,
la
sangre que bebiera en el combate;
tal
como el sauce que su frente abate
cuando
la nube en su aflicción lo moja,
o
como el océano que se enoja
y
en el escollo solitario bate.
Y
te sentí vencida, con el lento
y
anhelado y temido vencimiento
del
sol, cuando la Noche abre la puerta
del
negro templo de su Dios ignoto;
y
te sentí dormida, como un loto
en
la serenidad de un agua muerta...
Y
te sentí anhelante y temblorosa
cual
la irisada espuma de un torrente;
como
un lucero en la región silente,
insinuando
una seña misteriosa;
cual
la palma que agita, rumorosa,
su
abanico de jade, lentamente,
como
despunta en un jardín durmiente
el
milagro de gracia de una rosa;
y
cual la cierva cuando la acorrala
la
jauría, cual ave moribunda
que
pliega triste su ya inútil ala,
y
adoré tu sensual melancolía
llena
de rendición meditabunda,
¡y
te sentí profundamente mía!...
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