Había
una vez un payaso que no sabía reír y, además, cuando salía en el circo tampoco hacía gracia a los niñ@s que
iban a verlo.
El payaso estaba muy triste (poner cara
de triste, apretando los labios suavemente y entornando los ojos). Pero, un
día, cuando el payaso estaba medio dormido y a la vez pensando qué hacer para
no estar triste y hacer reír a los demás, apareció una hermosa hada madrina y
le preguntó:
- ¿Qué te pasa?
El payaso con lágrimas en los ojos
contestó:
- Pues que cuando salgo al circo y hago la función, nadie se ríe. Vamos, no me
río ni yo mismo. ¡Mira! No se mueve ninguna parte de mi cara. No puedo levantar
los brazos, ni los pies, de lo triste que estoy.
- Bueno, esto se va a solucionar muy
pronto.
Entonces sacó su varita mágica y dijo
unas palabras:
- ¡Patataaaaaaá! ¡Patatiiiiiií! Todo
el mundo a reír (repetir una vez).
- ¿Ya está? - Preguntó el payaso.
- Ya está - Contestó el hada - En la
próxima función lo veremos. Pero antes tengo
que comprobar si tienes preparada la cara y todo el cuerpo para hacer
reír a la gente. Tienes que moverlo todo y entonces seguro que harás reír a
tod@s y tú también te reirás y estarás alegre. Yo te acompañaré.
Y así lo hizo. Comenzó a mover los
ojos, los dos a la vez, alternándolos... luego los labios moviéndolos de
diferentes formas (pedorretas...).
El payaso se iba poniendo cada vez más
contento porque cada vez movía mejor las partes de la cara y siguió con la
lengua moviéndola de un lado a otro, arriba y abajo, dentro y fuera e
intentando tocarse la nariz, pasándola por los dientes...
Todo iba saliendo muy bien y seguía más
animado. Luego, comenzó a repetir palabras con palmadas: pa-lo, pa-ta-ta;
so-pa, mo-no, ca-fé, si-lla, ven-ta-na, ni-ño, po-zo, de-do... y siguió
diciendo expresiones, inventándose diferentes ritmos: oooeee, hooolaaa, hola
holaaa, aii, aiiiii, aiii, eoo, eoo, eoooo...
Después hizo como si fuese a inflar un
globo. Tomaba aire por la nariz y soplaba suave por la boca. Después más fuerte
para inflarlo mejor, incluso soplaba tres veces seguidas.
Cuando el payaso vio que todo le había
salido estupendamente sonrió y le dio las gracias a su hada madrina y se
despidió de ella.
- ¡Adiós, adiós, muchas gracias!
Entonces el payaso actuó al día
siguiente y muchos más y todos reían con las cosas que hacía (ja, je, ji, jo,
ju).
Nunca más estuvo triste y siempre estaba
alegre y riendo. Desde entonces lo llamaban el payaso risitas.
Autor: Escuela Espacio de Paz.
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