¡Un
santo y un poeta cogidos de la mano!
Uno
negando al otro, y siempre unidos…
Uno
en el cielo de las vivencias sublimadas,
el
otro penando en el infierno de los sentidos…
¡Ah,
Castilla, Castilla, madre de tierra y luz!
¡Qué
extraordinaria jornada
a
la sombra de una cruz
tan
leve y tan pesada!
El alma ya liberada por el éxtasis;
el
cuerpo todavía apresado a cada verso;
y
el deseo de ser hombre, mantenido
en
esa totalidad
contradictoria.
El
Carmelo subido y recordado…
La
paz de la eternidad
sin
sosiego posible en la memoria.
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