Se ahogó mi risa en el espejo.
Largo crujido siniestro lanzó a la noche el cristal de plata.
Una, dos... calló la hora, metal frío de planeta
en la rigidez del páramo.
Epiléptica de calentura la luna se dio a los balcones.
Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanca
que al deshacerse vuleve en la superficie
argollas y cruces.
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