Ilustración autor desconocido.
¿Cómo
sería la luz de la madrugada
en
que Abraham, el hombre de la cerrada fe,
subió
al monte Moriah
llevando
de la mano a su unigénito Isaac?
Tiene
que haber sido una luz hondamente azul
como
la de este amanecer: en aquel azul
Abraham
imaginaba
la
vibrante sangre de su hijo en el cuchillo.
La sangre vibra más en el
azul.
Lo
sé porque mi piel, de tan sola ahora,
segrega
sangre en la palma de mi mano:
el primer milagro de
mi día, o castigo,
por
haber querido subir la cuesta de la montaña
con
una muchacha (más hija que esposa).
Ella,
al primer sol, huyó asustada,
me negó
su
joven cuerpo para el sacrificio
y
yo no pude demostrarle
mi fe neurótica a
Dios.
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