Y
qué queja entonces en boca del lar, una noche
de
largas lluvias en marcha hacia la ciudad, removía
en
tu corazón el oscuro nacimiento del lenguaje:
"...De un luminoso exilio -y más lejano
ya que la rodante tempestad
-¿cómo
guardar las vías, ¡oh Señor!, que me habíais entregado?
"...¿Sólo me dejarás esta confusión de
la noche,
después
de haberme, en un tan largo día, nutrido con la sal de tu soledad,
"testigo de tus silencios, de tu
sombra y de tus grandes gritos? "
-Así te quejabas, en la confusión de la
noche.
Pero
bajo la oscura ventana, ante el lienzo de muro frontero,
cuando
no podías resucitar el esplendor perdido,
abriendo el Libro,
paseabas un desgastado dedo por sobre las
profecías,
y
luego, fija la mirada en el espacio, esperabas el instante de la partida,
el
levantarse del gran viento que te desellaría de un golpe,
como
un tifón, partiendo las nubes ante la espera de tus ojos.
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