Dile
a ese niño
que
se asoma al abismo del tiempo
y
dibuja las risas desde el horizonte sigiloso
de
los mapas,
a
ese pequeño inventor
de
los trazos y sus gestas,
que
señala las ciudades
con
alfileres y chinchetas;
dile,
que su vida será como imagina
y
que hará de su anhelo
un
universo propio.
Dile,
que tendrá el don de los espejos
y que
podrá atravesarlos
sin
temor a esas sombras
con
colmillos que borran sus reflejos.
Dile,
que será libre,
que
podrá bucear
el
fondo de los mares
y
escuchar los latidos
de
las grandes ballenas.
Dile
a ese niño
que
aquellos ejércitos de hormigas
que
peleaban delante de sus ojos
llegaron
a un acuerdo
y
firmaron la paz,
y
están tranquilas.
Ya
crecieron los árboles,
de
su primer bosque
ya
despertaron
los
personajes que le habitaban,
ya
se encontró a si mismo sin saberlo,
ya
se acercó a observarse,
ya
creyó que ese viejo gigante barbudo
era
el dios de las montañas,
el
gran rey de las rocas de su infancia
donde
sus ojos esculpieron las formas
y
se volvieron dibujos.
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