Rey
de los hidalgos, señor de los tristes,
que
de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado
de áureo yelmo de ilusión;
que
nadie ha podido vencer todavía,
por
la adarga al brazo, toda fantasía,
y
la lanza en ristre, toda corazón.
Noble
peregrino de los peregrinos,
que
santificaste todos los caminos
con
el paso augusto de tu heroicidad,
contra
las certezas, contra las conciencias
y
contra las leyes y contra las ciencias,
contra
la mentira, contra la verdad...
¡Caballero
errante de los caballeros,
varón
de varones, príncipe de fieros,
par
entre los pares, maestro, salud!
¡Salud,
porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre
los aplausos o entre los desdenes,
y
entre las coronas y los parabienes
y
las tonterías de la multitud!
¡Tú,
para quien pocas fueron las victorias
antiguas
y para quien clásicas glorias
serían
apenas de ley y razón,
soportas
elogios, memorias, discursos,
resistes
certámenes, tarjetas, concursos,
y,
teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
Escucha,
divino Rolando del sueño,
a
un enamorado de tu Clavileño,
y
cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha
los versos de estas letanías,
hechas
con las cosas de todos los días
y
con otras que en lo misterioso vi.
¡Ruega
por nosotros, hambrientos de vida,
con
el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos
de congojas y faltos de sol,
por
advenedizas almas de manga ancha,
que
ridiculizan el ser de la Mancha,
el
ser generoso y el ser español!
¡Ruega
por nosotros, que necesitamos
las
mágicas rosas, los sublimes ramos
de
laurel Pro nobis ora, gran señor.
¡Tiembla
la floresta de laurel del mundo,
y
antes que tu hermano vago, Segismundo,
el
pálido Hamlet te ofrece una flor!
Ruega
generoso, piadoso, orgulloso;
ruega
casto, puro, celeste, animoso;
por
nos intercede, suplica por nos,
pues
casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin
alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin
piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De
tantas tristezas, de dolores tantos
de
los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos,
recetas que firma un doctor,
de
las epidemias, de horribles blasfemias
de
las Academias,
¡líbranos,
Señor!
De
rudos malsines,
falsos
paladines,
y
espíritus finos y blandos y ruines,
del
hampa que sacia
su
canallocracia
con
burlar la gloria, la vida, el honor,
del
puñal con gracia,
¡líbranos,
Señor!
Noble
peregrino de los peregrinos,
que
santificaste todos los caminos,
con
el paso augusto de tu heroicidad,
contra
las certezas, contra las conciencias
y
contra las leyes y contra las ciencias,
contra
la mentira, contra la verdad...
¡Ora
por nosotros, señor de los tristes
que
de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado
de áureo yelmo de ilusión!
¡que
nadie ha podido vencer todavía,
por
la adarga al brazo, toda fantasía,
y
la lanza en ristre, toda corazón!
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