¡Qué
sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!
Ser
todo esto tuyo, poder gozar de todo
sin
haberlo soñado, sin que nunca
un
ligero esperar prometiera la dicha.
Esta
dicha de fuego que vacía tu testa,
que
te empuja de espaldas,
te
derriba a un abismo
que
no tiene medida ni fondo.
¡Abismo
y solo abismo
de
ti hasta la muerte!
¡Tus
brazos!
Son
tus brazos los mismos de otros días,
y
tiemblan y se cierran en torno de su cuerpo.
Tu
pecho, el que suspira, ajeno, estremecido
de
cosas que tú ignoras,
de
mundos que lo mueven…
¡Oh
pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible
que
un vaho lo pone turbio
y
un beso lo traspasa!
¡Si
nunca nadie dijo que así se amaba tanto!
¿Podías
tú esperar que ardieran tus cabellos,
que
toda cuanta eres cayeras como lumbre
en
un grito sin cifra,
desde
una cordillera gritada por la aurora?
¿Ceniza
tú algún día? ¿Ceniza esta locura
que
estrenas con la vida recién brotada al mundo?
¡Tú
no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí
tenéis la lumbre, la que lo coge todo
para
quemar el cielo subiéndole la tierra.
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