Vas
a tomar de las palabras lo que pueda servirte para decir
de
las formas impronunciables que adopta la tristeza.
¿Qué
es lo que quisieras decir? Tal vez que por las noches
salías
a ver cómo se formaba la tormenta,
y
la electricidad del aire te capturaba como un halo
dentro
del cual te convertías también en pura radiación,
en
pura espera decidida, tensa. O que la primera
vez
que te quedaste a solas con el aguacero pensaste
“no
se cae la noche por ser tan hermosa”,
pero
sin embargo temblaste, capturada
por
esa forma insólita de la pasión que es el miedo.
Mirabas las ramas torcerse bajo el peso invisible
del
viento, la violencia del agua arrancando las hojas,
el
jardín expuesto en su desnudez. Un paisaje
hecho
para el sol no resiste la visita de la noche.
¿Cómo
diferenciar desastre de belleza?
Si
es tan similar la devastación que ambos dejan detrás,
el
desconsuelo que provocan al irse, si alguna vez han estado
cerca
nuestro.
Eras, en la oscuridad de la tormenta, como una exploradora
que
ha extraviado la brújula y espera, en la completa
soledad,
una señal de los astros, una complicidad azarosa
e
improbable que la lleve de regreso a casa.
No
es verdad que las exploradoras no temen
ni
que la infancia transcurre en una larga y luminosa mañana.
El
miedo otorga un nombre como una moneda falsa
para
comprar un espacio en el mundo, en el lenguaje.
Una
palabra sola y el territorio de pura luz queda vedado,
minada
la gratuidad de la única alegría real,
que
es la del cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario