Deja que apague en tu divino aliento
donde late el susurro de esas hojas
que prestan nido al ave, las congojas
y el inefable padecer que siento;
deja que busque linfas el sediento;
deja que busque entre las galas rojas
de ese abierto clavel con que sonrojas
a los jardines, bálsamo al tormento.
Deja que apague un huracán de antojos
en los labios que beso por sorpresa
aunque la acerba ingratitud expresen;
si te beso, alma mía, con los ojos,
y el alma siempre con los ojos besa,
deja a los labios que también te besen.
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