Arriba
abajo habita el tiempo
de
tu juventud,
y
puesto que un día el azar
te
hará un hogar desierto,
en
tanto tu rostro sea tal una larga rama
de
verdor,
niégate
al sacrilegio que codicia
tu
heredad, clausura
la
voz que adelanta su perjurio
hasta
tu boca, conjura el amor
en
los claros augurios que a los siglos
sobreviven.
Largamente,
a oscuras, el olvido
conoce
la indolencia del sueño,
crea
la suma de un mal, con letras cardinales
se
da a un breve memorial
de
acusación
y
sobresalto.
Pero
hoy, en este vago espacio,
tal
un mañana que se eterniza,
mira
cómo la ancianidad se oscurece
en
sus hábitos, cómo se hace de malversación
en
todo lo que no fue y huye
con
el humo de la tierra.
Nunca
una pasión
se
ordena entre muertos recuerdos
pues
nunca se destierra de un cuerpo un amor
si
otro amor hizo del mismo cuerpo
su
oscura fortaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario