Si
yo fuera el gorrión
que
una noche calurosa de diciembre
se
sentó en una rama junto a otro
y
se puso a cantar.
Y
yo quisiera serlo,
Silbar
el tiempo que dure la canción,
cosquilla
en la garganta o nerviosismo
por
el ritmo inevitable.
No
cantar más que eso, ni volar
si
el aire está tan quieto que no ayuda.
Quedarme
junto a otro repitiendo
la
intimidad, la forma del amor,
vivir
con calma las pausas solitarias.
Quiero
decir, si yo
tuviera
esa sapiencia que indicara
una
razón real para quedarme
o
salir a buscar.
O
si supiera dónde y cuándo
los
momentos elevan su señal,
si
mirara el azar con ojos plenos
sin
estos torpes
fragmentos
de memoria,
no
quedaría nada en el camino
ni
sentiría vergüenza del error
o
del deseo
que
a veces son lo mismo.
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