miércoles, 6 de enero de 2016

REGALOS.



 

No importa qué había a su alrededor; no importa
qué quería decir la ventisca en sus largos aullidos,
si estaban hacinados en la casa de los pastores,
o si no tenían otro lugar en el mundo.

Primero, estuvieron juntos. Segundo,
lo más  importante, eran tres. Y a partir de aquel instante
todo lo que se creaba, se regalaba, o se cocía
por lo menos entre tres se repartía.

El cielo helado sobre improvisado techo
como un adulto que se inclina sobre un pequeño,
fulgía con la estrella, que ya nunca
escaparía a la mirada del niño.

La hoguera ardía, pero la leña se acababa.
Todos dormían. La estrella destacaba entre las demás,
no por su resplandor, quizá excesivo, sino porque unía
al que estaba lejos con el más cercano.

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