Nieva
afuera mientras dentro de la cafetería, todo es silencio. Aún puedo sentir el
vaho en las manos de un café frío que antes estaba caliente. Sonrío un momento
pensando en mi infancia, después contengo las lágrimas ante la intensidad
amarga de mis propios recuerdos, atascados en mi garganta. Los pelos de punta y
un escalofrío en la espalda, sé que todos están lejos y yo sigo aquí.
Sola.
Fumando
o leyendo, sí, pasando el tiempo pero sola en un torrente de emociones que no
puede controlar. Intentar manejarlas es un suicidio mental, así que me sumerjo
aún más bajo la superficie del agua, congelada hasta no percibir los miembros
agangrenados y el corazón podrido por haber estado demasiado tiempo herido.
Respiro y aguanto el aire en mis pulmones hasta que no puedo soportarlo más,
con las manos de un tono cobalto y las venas de mi piel a punto de estallar en
mil pedazos.
La
verdad es que me gusta tener a la muerte cerca de mí. Es la única compañía que
me queda.
Sin
embargo, los que nunca se han sentido solos no pueden comprenderlo y jamás lo
harán hasta que llegue un día cualquiera en el que estén en una habitación
llena de gente, repleta diría yo, y se queden solos, apartados en un rincón
oscuro, sintiéndose muy lejos de todo aquello, de todos aquellos desconocidos
que hacen tanto ruido comiendo, riendo… Gritando. Se sentirán abandonados y
tristes en una multitud de personas, distantes y poco perceptivos, con una
frialdad infinita instalada de forma indefinida en el lado izquierdo de su
pecho y, después, en todo el cuerpo.
Sin
recepción alguna de calor humano y contagiados por una miseria extrema,
derramarán copos de nieve cada Navidad lamentando su desgracia, pero no habrá
nadie para secarles las lágrimas de las mejillas y los párpados, ni miradas de
pasión cruzadas. Solamente un vacío hondo y una soledad perenne en el ánima y
la razón.
Pero
ellos no lo entienden, ni lo harán, así que seguiré sola, como siempre lo he
estado desde que llegó el invierno a mi vida, mirando el reloj de la pared
ensangrentada mientras transcurren las horas… Y el tiempo entero.
Con
frío, frío, frío… Mucho frío.
AUTOR: Almudena Anés.
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