Aquella
noche como tantas, Carmen no consigue conciliar el sueño. Da vueltas en aquella
cama, demasiado grande para un cuerpo tan menudo, igual que la veleta de la
iglesia en el cielo pesaroso en días de otoño. Girar y girar buscando la
brújula descontrolada de su vida.
Cansada
de tanta incertidumbre, con el cuerpo pesaroso de los años donde lo terso da
paso a lo ajado y seco, sube las escaleras al desván de los trastos viejos y
olvidados. En un rincón, entre chismes no usados y aquellos pasados de moda, se
encuentra con la caja del pasado abandonada a su suerte, ennegrecida por el
moho de las lágrimas y el alcohol del olvido. Una tentación abrirla en aquel
instante, cuando en sus sienes se agolpan palabras y desprecios, desidia y
reveses de un lapso no tan lejano que invita atravesar el puente de la memoria
entre el ayer y el hoy.
Carmen
necesita abrir la caja, liberando a Thor de su prisión para que lidie con fotos
y cartas, montoncitos unidos por lazos de terciopelo rojo, aromas a rancio y
añejo de un pretérito pasado irregular y huidizo, una vida resumida en unas
cuantas palabras y menos imágenes.
En
tensión y contraído el corazón, Carmen rasga y rompe, hurga y mete el dedo en
la llaga de los años donde el amor embriagaba su mente y nublaba su vista.
Pasión que desdoblaba en hojas de papel y bolígrafo, para expresar su dicha y
poder evocar siempre. Retratos donde los dos, eran uno, risas de vacaciones de
verano pintadas en un cielo limpio de nubes de tormentas por los Campos Elíseos
triunfo de la cama y la lascivia. Bofetadas de realidad albergadas ya no en la
cara, sino en los días de otros tiempos acumulados en las canas de sus
cabellos.
Y
allí sentada en el suelo de madera corroído por las termitas, Carmen guerrea
con Thor en la batalla final por lograr el premio de la cordura, destapando
pequeños frascos de aromas de felicidad e ilusiones, olor a hombre en comunión
con mujer, cópula de sentimientos y
cuerpos. Desenroscando la podredumbre del elixir corrompido por años de gritos
y palabras mal hirientes, de sumisión y obediencia, de miedo y pesadillas. Una
lágrima amarga derrama Carmen frente a aquellas cartas que durante 20 años,
había escrito en lugares camuflados y secretos a los ojos de su adversario y
enemigo en muchas ocasiones, y en otras épocas, las menos, amante de noches que
nacieron y murieron en un orgasmo, pues el sexo era el mayor entendimiento
entre dueño y esclava.
El
tiempo en aquel desván se transmuta en una película acelerada en pantalla de
cine distorsionada por la razón de Carmen, demencia cargada por el abuso y
acoso de aquel hombre que le regala cajas sorpresas de amor y odio a partes
desiguales, a conveniencia del despecho por las lentejas pegadas en el fondo de
la cazuela, o por el amante solícito del pene erecto.
Carmen,
Carmen enciende el misto para quemar las quimeras, incendiar los momentos,
abrasar los recuerdos, incinerando su cuerpo en el desván de los ensueños, y
por fin, ganar la guerra final al insomnio, y aquél, que día a día le recuerda
la insignificancia de ser mujer aún más de ser persona ajena a sus órdenes. Miedo
y dolor, dos gotas de agua del grifo cerrado que repiquetea en un fregadero
de mármol de Carrara, erosionando en
silencio, la voluntad de Carmen.
Carmen
por fin duerme entre los escombros del desván rodeada de chismes y trastos que
nunca supieron para que sirvieron, pero que le han dado esta noche la felicidad
de saberse triunfadora.
Relato del Blog: LAPRINCESAYASEVE.
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