Ese
golpe con puño de mármol fue bola de nieve.
Y
eso, le estrelló, iluminó el corazón.
Y
eso, también estrelló la blusa del vencedor
y
estrelló al vencedor negro que nada protege.
Quedó
estupefacto frente a la garita de soledad,
desnudas
las piernas bajo el muérdago,
las
nueces de oro, el arbusto,
estrellados
como pizarrón de estudio.
Así
son a veces en el colegio
esos
puñetazos que hacen escupir sangre,
esos
puñetazos duros como bolas de nieve
que
la belleza asesta al corazón, al pasar.
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