Danzaba
sobre sus movimientos, su yéndose llegando saludaba, indiferentes estaban a
todo, ningún de dónde viene, ningún adónde irá cuando seguía. Le habría dicho,
¿volverás?, ¿regresarás?
Una vez se acomodó en las conversaciones,
insípidas, apagadas, ¿qué haces?, ¿vas a irte como siempre? Hacía con ello un
lugar, un lugar para que se quedara.
En vez de los movimientos, el elogio lo
recibieron sus cabellos, la forma de llevarlos. La pregunta ¿puedo hacerlo?
trajo el silencio, llegaron después en su mirada la respuesta favorable y las
frecuentes permanencias.
QUE MÁS
Que
más que eso, que sus movimientos, que alguien supiera que ellos, de su quien
apareciendo y desapareciendo en estos lugares donde la exaltación dejó de ser,
donde no es hecha si cosa alguna la merece, una boca, una voz, una risa, donde
mucho sería que alguien dijera, ninguna cara es fea si en ella están unos ojos
bellos, o algo del olor de una piel, de la expresividad de unas manos.
Cosa última la exaltación, en un tiempo
último llegando, llegaba en esos movimientos, estás pensando en ellos, creía
escuchar donde de ningún lugar venían voces mientras recreaba sus
aparecimientos, sus partidas, sus regresos.
Viendo el caminado, lugares llevaban ya
sus movimientos, el zaguán, el corredor, la sala con retratos de antepasados a
la que entraban, se te van los ojos, los escuchaba afirmar cuando seguía
aquellos movimientos del caminar, cuanto llevaban, el comedor, la cocina en el
traspatio, el horno venido a menos, donde anidaban las gallinas, ¡si las
asustan van a botar los huevos en el solar!
Miradas también había, imposibles en el
trayecto hacia el cuarto de los tarros con yerbas, ungüentos, pomadas, son para
verlos, no son para tocarlos, tal como si ocurriera y, aún más, se acercara al
mesón con objetos de trabajo, balanzas, espátulas, morteros, pinzas, lupas,
piezas de relojes descompuestos, y desde la cama repitiera, son para verlos, no
son para tocarlos.
Sonaban los despertadores, un milagro
movía los pajes del reloj, desde años atrás parado en hora vespertina, siendo
otra sorpresa que oyera la caja de música cuando afuera llamaban a oración
mientras el cuarto a la voz sigilosa otra voz la suplantaba, cortada, gagosa,
suplicante, se trasladaba desde las manos expresándose a cercanías, a silencios
en los que ahora esperaban las frases, son para verlos, son también para
tocarlos y jugar con ellos.
Entraba en la fotografía fija en la pared,
de una boda celebrada con almuerzo, pasaba de un último puesto a ocupar la
cabecera de la mesa llevada del comedor al corredor, alargada con mesas pedidas
en préstamos a vecinos, blancamente enmantelada y con sencillos adornos de una
familia cuyo apellido se extinguía, siendo por ello relevante aquel suceso de
la boda, de los novios en su sitio de honor, vestidos de blanco, de palideces
enmotadas, y sendas filas de convidados que sentados en bancos enterizos, sin
espaldar, miraban hacia la cámara en manos del fotógrafo.
Viéndose y viendo todo cuanto estaba en el
corredor, el nervioso mediodía, los convidados, las jaulas con pájaros sonoros,
los tiestos con helechos en las vigas, el corno inglés en la pared, a la
espalda de los novios de caras medio enfiestadas, una sonreída, sin llegar a la
risa ni aun habiendo estirado los momentos, contra toda carcajada que dejara al
descubierto un diente arriba, tres abajo y una muela solitaria. Manos
entrelazadas en la fotografía, diciéndose cosas de aquel día: como ya pasadas
las cosas de la tarde, los movimientos mismos, las frases, son para verlos, y
también son para tocarlos y jugar con ellos. La exaltación recorría otros
silencios, mayores que los de la casa, adentrándose en la noche.
QUE MÁS
Era eso, hasta ayer era eso, no más donde
ya está, donde se encuentra ahora, en medio de bullas ajenas, las que para cada
quien son las propias en estos lugares donde estuvo.
AUTOR: Oswaldo Trejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario