Ayer
volví por el camino dulce del entonces.
Había
fresas silvestres en el mismo muro al sur
Y
cantaba el jilguero
En
la cima del peral temprano
Donde
siempre hizo nido.
Volví.
Yo
tenía trenzas y calcetines cortos.
Muchas
pecas, y una sonrisa ancha
De
dientes desordenados.
Regresé
a caminar y, como solía,
a
esconderme entre las hierbas altas
de
los prados de junio.
Y coger
margaritas para el altar de mayo.
O
robar cerezas para las orejas de siempre
Y a
enfadar el calzado en la “llamarga”
Para
coger las flores moradas y fragantes.
Fui
a ver dónde el topo viajaba en subterráneo
Huyendo
de la azada brillante de mi madre.
Y
bajé a la fuente de balsas barbiverdes
Por
el camino incierto y empinado
Para
llegar al fresno y al saúco,
justo
encima del chorro cantarín,
sudoroso
en verano y en invierno humeante.
Me
subí al cierre de la finca
que
siempre huele a hierbabuena
Y
sentí, claramente, que no hay reloj
En
el país de los recuerdos.
Sólo
un rayo de sol atardeciente
Marca
el lugar donde el arándano guarda,
en
envoltorio perfecto, un tiempo cubierto
de
seda escarchada.
Eso
fue ayer…
pero
ahora, cuando cierre el cuaderno donde escribo.
volveré
a la casa de la aldea, como entonces,
Y
aún será temprano para sentarme al sol
Y merendar,
como siempre, pan y membrillo
Mientras
cae la tarde, ya sin tiempo en un reloj
Que
siempre me señala la hora justa.
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