Como
en la mano, blanca, una cerilla,
antes
de dar la llama, a todas partes
extiende
lenguas bruscas; así empieza
en
el corro cercano, clara, cálida y rápida,
a
abrirse, convulsiva, en redondo su danza.
Y
de repente es llama, enteramente.
Ella
inflama su pelo a una mirada,
y
de pronto, con arte osado, gira
todo
su traje en ese celo ardiente
del
que , como serpientes que dan terror, los brazos
desnudos
se levantan, en vela y chasqueantes.
Luego,
como si el fuego se le volviera escaso,
lo
reúne y lo arroja todo entero
espléndida,
con un gesto orgulloso,
y
lo mira: rabioso yace en tierra,
y
aún sigue llameando y no se entrega.
Pero
triunfal, segura y con sonrisa
suave
de saludo, alza la cara,
y
lo apaga, pisándolo con pequeños pies firmes.
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