La
vida en ti fue un pez de 20 centímetros.
Tu
remoto latido, hoy petrificado,
vive
ahora en mi cuerpo
tan inverosímil como el tuyo.
Tú
ya no puedes mirarte ni mirarme, no sabes
lo
extraño que es ser pez u hombre.
Somos,
te digo, inverosímiles, caprichos
de
una mente delirante
que
cuaja infinitas e insensatas formas en el mar
y la tierra.
El
ruido alegre de los niños en el museo
que
se empinan a mirar otros fósiles
interrumpe
mi habitual pesimismo,
y me enternece:
después
de todo, pescadito,
tal vez alguna razón existe.
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