viernes, 5 de junio de 2020

PINOCHO.





Hace mucho, existió un humilde carpintero llamado Gepetto. Era muy bondadoso, pero estaba muy solo y ya era mayor.

– ¡Ojalá hubiera podido tener un hijo a quien cuidar y querer!- se lamentaba el anciano.

Un día, decidió crear una marioneta de madera con la imagen del hijo que hubiera querido tener. Era tan real… que lloró al terminarla.

– ¡Pareces de verdad!- decía entre lágrimas- Pero te falta lo más importante… ¡vida!

Pero entonces, el muñeco cobró vida, de forma inesperada.

– ¡Pero si estás vivo!- dijo sorprendido Gepetto. El anciano no podía estar más feliz. A pesar de la apariencia de madera de su hijo, éste podía hablar, andar, saltar, reír y llorar. Le puso de nombre Pinocho.

Sin embargo, Pinocho resultó ser un niño muy travieso y desobediente. El padre de Pinocho tuvo que vender su chaqueta de pana para comprarle libros. Pero el día en el que Gepetto le envió al colegio, el niño se escapó y salió corriendo. Unos policías consiguieron atraparlo:

– Pero muchacho, ¿dónde vas? ¿No deberías estar en el colegio?

– El colegio es aburrido- protestaba Pinocho.

Y los policías acompañaron al niño hasta la casa de su padre, quien le advirtió acerca del peligro que corría de escaparse e intentar saltarse las normas. Cuando el niño fue a su habitación, descubrió a un grillo que hablaba, y que le dijo:

– Eso que has hecho está muy mal. No debes escaparte y desobedecer. Tu padre te dice las cosas que debes hacer por tu bien…

A Pinocho no le gustaba nada aquel grillo. ¡Era como la voz de su conciencia!

– ¡No pienso hacerte caso, grillo estúpido!- le dijo Pinocho a Pepito grillo (que así se llamaba el animal).

Otro día, Pinocho se quedó en casa sin que su padre se enterara y al quedarse dormido junto a la chimenea, se quemó los pies. Su padre tuvo que hacerle unos pies nuevos. El niño se llevó tal susto que prometió a Gepetto ir a la escuela y obedecerlo. Pero pronto olvidó su promesa.

Pinocho iba camino de la escuela cuando vio a unos titiriteros que anunciaban su espectáculo.

– ¡Eh! ¡Yo quiero verlo!- dijo Pinocho.

– Recuerda lo que prometiste a tu padre- dijo Pepito grillo, que se había metido en su bolsillo.

– Calla, no quiero oírte. Venderé mi libro y compraré la entrada para el espectáculo- dijo Pinocho.

Y así hizo. Una vez dentro, las marionetas comenzaron a hablar con Pinocho, y el resto de público estaba realmente enfadado, así que el dueño de los títeres (que se llamaba Comefuegos) ordenó tirar al fuego a Pinocho. ¡Menos mal que al final Comefuegos se apiadó de él!

– Me das pena- dijo Comefuegos, el jefe de los titiriteros- ¿Dónde está tu padre?

– Estará trabajando- contestó Pinocho-. Es un carpintero muy pobre.

Comefuegos le dio cinco monedas para su padre y Pinocho se fue de allí muy contento.

El zorro y el gato engañan a Pinocho
El pequeño Pinocho era bastante ingenuo, y al encontrarse con el Zorro y el Gato, estos no tuvieron muchos problemas para engañarle:

– Vaya, vaya, vaya- dijeron los astutos animales- Un niño con unas monedas de plata… ¿Qué vas a hacer con ellas? ¿Enterrarlas en el monte del dinero para tener más?

– ¿El monte del dinero?- repitió asombrado Pinocho.

– Claro, ¿no has oído hablar de él? ¡Si es muy famoso! Eso te pasa por no oír a la escuela… Nosotros te llevaremos hasta el monte.

Pinocho decidió hacerles caso, pero Pepito grillo le advirtió:

– Pinocho, quieren engañarte. ¡No les hagas caso!

– Eres muy pesado, Pepito grillo. Solo lo dices porque me tienes celos- le dijo Pinocho.

Y el niño siguió al zorro y al gato, le llevaron hasta un mesón y comieron todo lo que quisieron, diciendo al mesonero que pagaría Pinocho. Evidentemente, ellos se fueron sin pagar y el pequeño Pinocho tuvo que entregar una de sus monedas.

– Vuelve a casa- le dijo Pepito grillo.

– Claro que no- contestó Pinocho- Pienso ir al monte del dinero.

Pero por el camino hacia el supuesto monte del dinero, Pinocho se encontró a una niña de cabellos turquesa, tendida sobre una cama.

– Parece que está muerta- dijo Pinocho. Y de pronto unos hombres llegaron y decidieron atar a Pinocho a un árbol para robarle las monedas que le quedaban. Cuando se fueron, la niña se levantó… ¡resulta que ara un hada! Y bajó con cuidado a Pinocho del árbol.

– Muchas gracias- le dijo Pinocho. Pero me han robado las monedas.

– No te preocupes- dijo entonces el hada. Las recuperarás. Pero, ¿qué haces solo por aquí? ¿No tienes padres?

– No, que va- mintió Pinocho. Y entonces, al mentir, le creció la nariz.

– Oh, ya veo- dijo el hada- Ten cuidado con lo que dices. Cada vez que mientas, te crecerá un poco más la nariz.

Y Pinocho, aun sabiendo esto, siguió su camino, encontrándose con numerosos problemas y mintiendo más y más, hasta tener una larguísima nariz. Cansado de tanta aventura sin resultado feliz, decidió entonces regresar a su casa.

Al llegar a casa, Pinocho se dio cuenta de que su padre no estaba.

– Estaba tan desesperado porque no te encontraba, que se fue a buscarte al mar- le dijo Pepito grillo.

– ¡Oh, no!- se lamentó entonces Pinocho.

Y el pequeño fue corriendo hasta el mar, en donde vio, a lo lejos, a Gepetto intentando nadar entre las olas.

– ¡Se va a ahogar!- gritó Pinocho- Y se lanzó sin pensar al agua.

El pobre muñeco fue arrastrado por las olas, pero como era de madera, no se podía hundir. Y al cabo de un tiempo, se encontró con un delfín:

– ¿Qué haces por aquí?- le preguntó el delfín.

– Busco a mi padre. Le vi nadando entre las olas.

– ¡Ah! ¡Se lo tragó una enorme ballena! ¿Quieres que te acerque hasta algún lado? Cerca de aquí hay una isla.

Y así fue cómo el delfín acercó a Pinocho hasta la isla más cercana.

Pinocho se encontró entonces con un fabricante de juguetes que le propuso llevarle hasta su país, un lugar en donde no había escuelas, sino diversión. Pinocho estaba encantado… ¡todo el día jugando! Había montañas rusas, caballitos, tiovivos… Pero cada día que pasaba, a Pinocho le iban creciendo un poco más unas orejas de burro.

Cuando se dio cuenta, decidió que debía abandonar aquel lugar. Pero antes de poder hacerlo, el dueño de los juguetes le vendió a un circo. Allí, convertido en burro, trabajó cargando material de un lado a otro, hasta que se quedó cojo y su amo le tiró al mar.

Entonces se lo tragó de un bocado una enorme ballena. Y para su gran sorpresa… ¡Gepetto también estaba dentro! Juntos, consiguieron hacer estornudar al animal y salieron disparados. Gepetto, con ayuda de Pinocho, consiguió llegar a la orilla. Y el hada, al ver que Pinocho al fin había aprendido una gran lección, le convirtió en un niño de verdad. El pequeño, a partir de entonces, decidió no faltar nunca a la escuela y no desobedecer más a su padre.





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