Hace
mucho, existió un humilde carpintero llamado Gepetto. Era muy bondadoso, pero
estaba muy solo y ya era mayor.
–
¡Ojalá hubiera podido tener un hijo a quien cuidar y querer!- se lamentaba el
anciano.
Un
día, decidió crear una marioneta de madera con la imagen del hijo que hubiera
querido tener. Era tan real… que lloró al terminarla.
–
¡Pareces de verdad!- decía entre lágrimas- Pero te falta lo más importante…
¡vida!
Pero
entonces, el muñeco cobró vida, de forma inesperada.
–
¡Pero si estás vivo!- dijo sorprendido Gepetto. El anciano no podía estar más
feliz. A pesar de la apariencia de madera de su hijo, éste podía hablar, andar,
saltar, reír y llorar. Le puso de nombre Pinocho.
Sin
embargo, Pinocho resultó ser un niño muy travieso y desobediente. El padre de
Pinocho tuvo que vender su chaqueta de pana para comprarle libros. Pero el día
en el que Gepetto le envió al colegio, el niño se escapó y salió corriendo.
Unos policías consiguieron atraparlo:
–
Pero muchacho, ¿dónde vas? ¿No deberías estar en el colegio?
–
El colegio es aburrido- protestaba Pinocho.
Y
los policías acompañaron al niño hasta la casa de su padre, quien le advirtió
acerca del peligro que corría de escaparse e intentar saltarse las normas.
Cuando el niño fue a su habitación, descubrió a un grillo que hablaba, y que le
dijo:
–
Eso que has hecho está muy mal. No debes escaparte y desobedecer. Tu padre te
dice las cosas que debes hacer por tu bien…
A
Pinocho no le gustaba nada aquel grillo. ¡Era como la voz de su conciencia!
–
¡No pienso hacerte caso, grillo estúpido!- le dijo Pinocho a Pepito grillo (que
así se llamaba el animal).
Otro
día, Pinocho se quedó en casa sin que su padre se enterara y al quedarse
dormido junto a la chimenea, se quemó los pies. Su padre tuvo que hacerle unos
pies nuevos. El niño se llevó tal susto que prometió a Gepetto ir a la escuela
y obedecerlo. Pero pronto olvidó su promesa.
Pinocho
iba camino de la escuela cuando vio a unos titiriteros que anunciaban su
espectáculo.
–
¡Eh! ¡Yo quiero verlo!- dijo Pinocho.
–
Recuerda lo que prometiste a tu padre- dijo Pepito grillo, que se había metido
en su bolsillo.
–
Calla, no quiero oírte. Venderé mi libro y compraré la entrada para el
espectáculo- dijo Pinocho.
Y
así hizo. Una vez dentro, las marionetas comenzaron a hablar con Pinocho, y el
resto de público estaba realmente enfadado, así que el dueño de los títeres
(que se llamaba Comefuegos) ordenó tirar al fuego a Pinocho. ¡Menos mal que al
final Comefuegos se apiadó de él!
–
Me das pena- dijo Comefuegos, el jefe de los titiriteros- ¿Dónde está tu padre?
–
Estará trabajando- contestó Pinocho-. Es un carpintero muy pobre.
Comefuegos
le dio cinco monedas para su padre y Pinocho se fue de allí muy contento.
El
zorro y el gato engañan a Pinocho
El
pequeño Pinocho era bastante ingenuo, y al encontrarse con el Zorro y el Gato,
estos no tuvieron muchos problemas para engañarle:
–
Vaya, vaya, vaya- dijeron los astutos animales- Un niño con unas monedas de
plata… ¿Qué vas a hacer con ellas? ¿Enterrarlas en el monte del dinero para
tener más?
–
¿El monte del dinero?- repitió asombrado Pinocho.
–
Claro, ¿no has oído hablar de él? ¡Si es muy famoso! Eso te pasa por no oír a
la escuela… Nosotros te llevaremos hasta el monte.
Pinocho
decidió hacerles caso, pero Pepito grillo le advirtió:
–
Pinocho, quieren engañarte. ¡No les hagas caso!
–
Eres muy pesado, Pepito grillo. Solo lo dices porque me tienes celos- le dijo
Pinocho.
Y
el niño siguió al zorro y al gato, le llevaron hasta un mesón y comieron todo
lo que quisieron, diciendo al mesonero que pagaría Pinocho. Evidentemente,
ellos se fueron sin pagar y el pequeño Pinocho tuvo que entregar una de sus
monedas.
–
Vuelve a casa- le dijo Pepito grillo.
–
Claro que no- contestó Pinocho- Pienso ir al monte del dinero.
Pero
por el camino hacia el supuesto monte del dinero, Pinocho se encontró a una
niña de cabellos turquesa, tendida sobre una cama.
–
Parece que está muerta- dijo Pinocho. Y de pronto unos hombres llegaron y
decidieron atar a Pinocho a un árbol para robarle las monedas que le quedaban.
Cuando se fueron, la niña se levantó… ¡resulta que ara un hada! Y bajó con
cuidado a Pinocho del árbol.
–
Muchas gracias- le dijo Pinocho. Pero me han robado las monedas.
–
No te preocupes- dijo entonces el hada. Las recuperarás. Pero, ¿qué haces solo
por aquí? ¿No tienes padres?
–
No, que va- mintió Pinocho. Y entonces, al mentir, le creció la nariz.
–
Oh, ya veo- dijo el hada- Ten cuidado con lo que dices. Cada vez que mientas,
te crecerá un poco más la nariz.
Y
Pinocho, aun sabiendo esto, siguió su camino, encontrándose con numerosos
problemas y mintiendo más y más, hasta tener una larguísima nariz. Cansado de
tanta aventura sin resultado feliz, decidió entonces regresar a su casa.
Al
llegar a casa, Pinocho se dio cuenta de que su padre no estaba.
–
Estaba tan desesperado porque no te encontraba, que se fue a buscarte al mar-
le dijo Pepito grillo.
–
¡Oh, no!- se lamentó entonces Pinocho.
Y
el pequeño fue corriendo hasta el mar, en donde vio, a lo lejos, a Gepetto
intentando nadar entre las olas.
–
¡Se va a ahogar!- gritó Pinocho- Y se lanzó sin pensar al agua.
El
pobre muñeco fue arrastrado por las olas, pero como era de madera, no se podía
hundir. Y al cabo de un tiempo, se encontró con un delfín:
–
¿Qué haces por aquí?- le preguntó el delfín.
–
Busco a mi padre. Le vi nadando entre las olas.
–
¡Ah! ¡Se lo tragó una enorme ballena! ¿Quieres que te acerque hasta algún lado?
Cerca de aquí hay una isla.
Y
así fue cómo el delfín acercó a Pinocho hasta la isla más cercana.
Pinocho
se encontró entonces con un fabricante de juguetes que le propuso llevarle
hasta su país, un lugar en donde no había escuelas, sino diversión. Pinocho
estaba encantado… ¡todo el día jugando! Había montañas rusas, caballitos,
tiovivos… Pero cada día que pasaba, a Pinocho le iban creciendo un poco más
unas orejas de burro.
Cuando
se dio cuenta, decidió que debía abandonar aquel lugar. Pero antes de poder
hacerlo, el dueño de los juguetes le vendió a un circo. Allí, convertido en
burro, trabajó cargando material de un lado a otro, hasta que se quedó cojo y
su amo le tiró al mar.
Entonces
se lo tragó de un bocado una enorme ballena. Y para su gran sorpresa… ¡Gepetto
también estaba dentro! Juntos, consiguieron hacer estornudar al animal y
salieron disparados. Gepetto, con ayuda de Pinocho, consiguió llegar a la
orilla. Y el hada, al ver que Pinocho al fin había aprendido una gran lección,
le convirtió en un niño de verdad. El pequeño, a partir de entonces, decidió no
faltar nunca a la escuela y no desobedecer más a su padre.
Autor: Carlo Collodi.
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