viernes, 8 de enero de 2021

PRIMERA HORA.


 

Esa hora, fui más yo misma que nunca. Me había sacado
a mi madre lentamente de encima, estaba acostada ahí́
respirando por primera vez, como si
el aire del cuarto me estuviera soplando
como a una burbuja. Todo lo que tenía que hacer
era salir por la línea de mi mirada y volver,
salir y volver, en la seda de la gravedad, la
presión del aire una caricia, oliendo en mí
la sangre cremosa de ella. El aire
me tocaba suavemente la piel y la lengua,
entraba en mí y sacaba los pequeños
suspiros que yo no sabía que eran míos.
No tenía miedo. Estaba acostada en la quietud
y miraba, y me dedicaba al pensamiento sin palabras,
mi mente recibía su oxigeno
directamente, la rica mezcla por boca.
No odiaba a nadie. Miraba y miraba,
y todo era interesante, yo era
libre, todavía no enamorada, no
pertenecía a nadie, no había bebido
leche, todavía – nadie tenía
mi corazón. No era muy humana. No
sabía que existía alguien más. Estaba acostada
como un dios, por una hora, después vinieron a buscarme,
y me llevaron con mi madre.

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