Nuevamente las horas van abriéndose
paso entre tu condena y el silencio,
invaden lo que un día fue dominio
del gozo más carnal e irrepetible.
Las horas tienen sed, buscan tu fuente,
el único lugar donde no surges
sin la provocación de aquellas manos
que hoy vuelven a ser amargo cáliz.
Ciegamente caminas cuando el tiempo
consigue que te pierdas en su nombre
y en el de tantas cosas innombrables.
Pero las horas marcan la distancia
de orilla a muerte, de dolor a frío,
abriéndose por ti sin más empeño
que revocar la sed definitiva.
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