Lo
empiezas a saber,
tu
amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de
guardar,
sus cenas sin nadie;
a
veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila
en tus ojos,
ciertas
avecillas silvestres amanecen temblando en tus
manos,
ya
el tufo de la crucifixión
no
te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada”,
“que
no entiende nada”.
Ya
cruzas la puerta,
ya
sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito,
en
tus ojos aquello que miras despierta en ti misma como
pequeños
niños
que
se sientan al borde de sus camas
esperando
que vengan a vestirlos.
Ya
asumes tu cuerpo, ya viajas en todo lo que te rodea,
a
veces en tu sonrisa todavía aparece
aquella
niña larguirucha “tan bien educada”,
pero
tu esperanza enflaquece llamándote con voz cada vez
más
débil
cuando
ya no te dignas escucharla.
Extrañamente
hermosa eres ahora tu propio fantasma,
en
tu alma han entrado la carne del mundo y la tuya
confundidas,
apiñadas
por el mismo placer, revueltas por el mismo dolor.
Desnuda,
la ropa que te acabas de quitar
ya
no reaparece en tus ojos,
tu
mirada y tu voz entonces también se quedan desnudas,
te
quedas desnuda,
y
por tu desnudez pasan los templos antiguos, las
oraciones,
los heridos de guerra y los cánticos de guerra,
los
mares lejanos y también la vida posible en otros
planetas.
Ya
tu cuerpo comprende lo que significa ser tu cuerpo,
lo
que significa que tú seas él;
tu
cuerpo extendido a lo largo de tu amor, a lo largo de
tu
alma,
y
todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora
las
luces apagadas.
Ya
te has probado en ti
y
un hombre no es el extraño invasor que conocías,
el
esposo prudente, el hombrecito que cariñosamente te
mataba
un momento
por
unas cuantas caricias, por unas cuantas monedas.
Pero
sabes también que no existe el triunfo que alguna vez
deseaste,
por
eso en tu mirada puede oírse
el
ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces
el
chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna
pertinaz.
Ven
aquí con tu colección de mariposas, con tus antiguos
juguetes
que ya no existen
y
que parecen burlarse de ti desde ciertos rincones,
ven
aquí con tus segmentos de niña asombrada.
Ven
a mirar mis osos polares.
Ven,
ahora que sabes que también en los labios aparece
—sin
que nos demos cuenta—
el
beso monstruoso y bello
de
aquello que todavía llamamos el alma.
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