Una
mujer pasea desnuda por la playa
solitaria.
Amanece.
Su
cabello rojizo, al grana de la aurora
dora
y despierta al paso oleajes dormidos.
Desde
la residencia, en alto mechinal,
el
anciano acogido la acerca y la vigila
con
los viejos gemelos de teatro y de nácar
—tal
vez vieron la Xirgu—
y
algo que ya no siente, le engaña
en
el recuerdo.
El
nuevo día vibra como un violín de luz
en
el pulso de arritmia.
Hasta
para el que mira, encerrado en sus años,
el
verano será el tiempo de la dicha.
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