La
princesa Henar vivía en un bonito castillo. Tenía hermosos vestidos, un peine
de oro, cientos de juguetes y hasta un espejo parlanchín.
La
princesa Henar tenía de todo: un perro dócil y juguetón, un gato travieso, un
pájaro celeste que cantaba con los primeros rayos del sol.
La
princesa Henar tenía diez sirvientes, una institutriz y veinte lacayos. Pero la
princesa estaba triste. Sólo faltaban diez días para Carnaval y la princesa
Henar no encontraba disfraz.
Ni
sus vestidos de hada. Ni sus trajes de hilo de plata. Ni sus coronas, máscaras,
collares ni si quiera sus zapatos de raso. Nada le gustaba. Así que Henar, la
princesita triste que todo lo tenía, no tenía disfraz de Carnaval.
La
niña lloraba y lloraba y su madre, la reina, decidió llamar con carácter
urgente a todas las hadas del reino.
A
la Convención de hadas llegaron decenas y decenas de hadas de todos los
rincones. Caracola propuso un disfraz de hada del mar. Rayito del alba, uno de
emperatriz del sol. Pero la princesita Henar seguía triste y no paraba de
llorar. Hasta que un hada, muy pero que muy pequeña, tan pequeña como una
canica, se acercó sigilosa hasta ella.
Como
el hada Brisa era tan diminuta, nadie se dio cuenta. La princesa Henar sí. El
hada Brisa sacó unas pinturas de su bolsillo y se las dio a la niña.
–
Tú misma crearás tu disfraz- le dijo con voz muy suave.
La
princesa Henar saltó de su trono, con los ojitos llenitos de luz. Por primera
vez, dejó de llorar, y todas las hadas dejaron de hablar.
La
princesa Henar cogió un papel en blanco y empezó a dibujar: un pez arcoíris, un
barquito de latón, una flor dragón. Todo, según lo pintaba, cobraba vida y se
hacía realidad. Sus pinturas mágicas comenzaron a soñar: una estrella con pecas
de corazón, una jirafa turquesa, un elefante con rayas y al fin, su disfraz. Un
simple vestido, como los que llevaban las demás niñas con las que apenas podía
jugar: todas esas niñas que soñaban con ser princesas y a las que ella quería
imitar.
El
disfraz de la princesa Henar era la mar de sencillo: una pequeña faldita de
vuelo y unas medias de vivos colores. Pero a ella le parecía el mejor disfraz.
Y entonces la niña comenzó a reír a reír y a reír sin parar. La princesa Henar
por fin tenía disfraz de Carnaval. Sin lujos, ni joyas. Ni grandes diseños.
Sólo sus sueños rematados con los hilos de su imaginación.
AUTOR: Estefanía Esteban López.
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