Allá,
cuando
hubo que hacer
el
impostergable reparto del trabajo,
cuando
la esperanza dijo:
-Aquí
tienen el país para cuidarlo.
Cuando
algunos agarraron la fragua
y
otros el arado,
cuando
unos preñaron las fábricas,
y
otros encauzaron el agua
para
llenar los cántaros,
cuando
unos templaron la lanza,
y
otros afinaron el canto.
Allá
cuando
tuvo el hombre que repartir
las
cargas y los cargos,
alguien
debió encargarse de los niños
de
atender los pichones
hasta
formar los pájaros,
de
resguardar retoños,
para
ampliar el horizonte de los campos.
Alguien
debió encargarse de los niños,
alguien
con tibieza en las manos,
con
la caricia lista
y
con los libros abiertos a destajo.
Con
la palabra amiga
y
una paciencia de abecedario.
Entonces
la vida,
digo,
la vida misma que repartió el trabajo,
comenzó
a cosechar estrellas en lo alto,
para
alumbrar abajo,
y
los llamó ¡MAESTROS!
Y
la tierra…
la
tierra les puso las semillas en sus manos.
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