viernes, 10 de enero de 2020

DOS TRISTES IDIOTAS.




Mis ojos
viven despegados de todo mi cuerpo,
habitan en otro lugar que ya no existe,
se alimentan de bucles de recuerdos
que se asemejan a los rizos de tu pelo
y adivinan el pasado.

Puedes ver en ellos
dos décadas de otoños calientes.
Puedes tocarlos
y congelarte las espinas.
Puedes escucharlos
y leer un siglo de tristezas absurdas.
Puedes olerlos
y viajar en el tiempo.

Ahora están en pause:
desde que te ven olvidarme
hablan en un idioma extinto,
lloran sal
como si hubieran fracasado al traerte a mis orillas,
caminan heridos
como un animal golpeado y abandonado
en una estación de paso
sin coordenadas,
giran y giran y giran
por si en una de esas vueltas
te pierden de vista.

Mis párpados están más abiertos que nunca
y mis pupilas son dos puntos finales:
el que quisiste poner el primer día
y el que pusiste el último.

Pero mis ojos
son también dos tristes idiotas.
No se dan cuenta
de que no eres tú la que tienes que marcharte
para que ellos te dejen de ver.
Son ellos
los que tienen que dejar de mirarte
para conseguir no verte más.

Pero los cabrones cada día
de lluvia
me dicen lo mismo:
cualquier tiempo pasado fue mejor.

Y se vuelven a ir
a ese lugar
que ya no existe.

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