Ilustración Teresa Mtz.
En
el mercado al aire libre
un
chico vende pollinos,
todos
teñidos de un color eléctrico distinto.
Se
cuelan fácilmente entre los barrotes separados de la jaula,
y se
dispersan, demasiado bobos y chiquitos para ir muy lejos,
pero
aun así pían asustados
o
victoriosos. Brillan
como
algo que pone en el jardín
por
Pascua.
Los
rodean objetos de clara utilidad:
bolsas
de legumbres, velas, alimento balanceado,
virulanas,
carne cocida.
El
chico los persigue con las manos abiertas
y los
llamas por su nombre,
furtivamente.
Eso
es lo que se llama confesión.
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