Trato
de que me guste el otoño, pero me pican
los
flecos de oro, entrever esas hojas tapizadas
de
borlas de cortinados ardidos.
Trato
de que me guste el crujir de la tierra,
de
la hojarasca muerta debajo de mi pie.
Quiero
que me guste porque el color parece
el
halo de los ángeles y un árbol se quema
de
púrpura con las venas de madera mojadas.
Mientras
el cielo ruge claro, lento, sin calor.
Pero
me estremece el tenue escalofrió,
me
inquieta la caída continua de las hojas.
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