Quisiera
que la sábana con que te cubres
fuera
de agua,
y
que tu cuerpo se transparentara
como
el paisaje que vemos tras la ventana
cuando
llueve.
Y
que ahí mismo quisiéramos estar
y
empaparnos.
Cuando
caía el primer aguacero de cada año,
mi
padre me tomaba de la mano
y
salíamos corriendo al patio.
Él,
un hombre de 54 años,
y
yo un niño de cuatro.
¿Cómo
es posible que ahora recuerde eso?
Te
lo debo a ti, Mariana,
porque
evocas cosas en mí que yo suponía
ya
muertas.
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