domingo, 11 de septiembre de 2022

DICEN LOS MARINEROS.

Ilustración autor desconocido.
 
Dicen los marineros, los ya viejos
lobos de mar que en los umbrales fuman
pipas puertorriqueñas, que entre todos
los recuerdos tremendos de los tifones
y el aullido de muerte de los naufragios,
nada aterra más que aquella calma
que durante horas se crea en el centro mismo
del aquelarre: el ojo de la tormenta.
El mar es un aceite, brillan siniestras
luces que parecen de bonanza, y el atún
tranquilo aflora para respirar. Sin embargo
aquella es una jaula, es una trampa,
allí la muerte está al acecho: porque más lejos,
a cien metros o quizá menos, arrecia
el huracán más negro. Así nos pasa,
¿verdad? a todos muy a menudo,
arañas entre los grumetes de las ruedas. Y le pasó
también a Fabricio cuando conversando
con la graciosa vivandera, supo
‒más tarde, y con qué trágica humillación‒
que Waterloo, la más grande aventura,
se había desarrollado en los alrededores.
 
 

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