La
autora falleció de cáncer de mama seis años después de escribir este libro admirable.
Cuenta una existencia amenazada por la locura y que no supo vivir o, al menos,
vivió con extrañeza.
SINOPSIS: A partir de los dieciocho
años, escapando de una infancia en las que se sintió cautiva, esta mujer libre,
acechada por la locura, prendada de la vida y de los hombres, vivió en París,
Estambul, Berlín y Zúrich, donde murió de cáncer. Desplazamientos centelleantes
que seguían la estela de sus caprichos, sus lecturas, sus amores o su necesidad
de emancipación y descubrimiento. Pero una sombra la amenaza: diagnosticada
maniacodepresiva, es internada y sometida a tratamientos de electroshock. En
este texto repasa su infancia, el exilio, su desprecio por el conformismo y la
humillación de los hospitales. Y redime su destino gracias a la búsqueda de un
amor que alcance el infinito y transporte la vida hacia el futuro, de un
destello que irradie y temple las frías noches de su infancia.
Hay
autores que marcan de manera evidente la vida del lector, y hay autores marcados
de manera trágica por su propia vida. Me ha sorprendido este poderoso retal de
la memoria escrito por Tezer Özlü.
La
palabra “desesperación” es horrorosa. La escritora comienza su relato traspasando
sus sentimientos a los lectores.
“Las frías
noches de la infancia” merodea por los recuerdos de una mujer acosada por
conatos de suicidio y otros abismos. En algún que otro pasaje se describen sus
distintas estancias en psiquiátricos, donde la autora padeció abusos y terapias
de electro convulsión.
La
novela parte, como reza el título, del frío helador que hacía en la casa de
Estambul donde discurrió la niñez de la escritora, próxima a la mezquita Fatih,
rodeada de pisos de cemento y de terrenos en ruinas en lo que fuera la simiente
de la otra Constantinopla. Los años de adolescencia van más allá de las
rugosidades de la edad: el extrañamiento, el desdén existencial, el sexo
primerizo, el asqueamiento vital.
Es
en esta etapa donde afloran los primeros raptos de suicidio.
La
juventud, poco después, oscila entre los temibles ingresos en clínicas
psiquiátricas, el canto a la vida en libertad y un afán inconformista en lo
político –antes y después del golpe militar del 1971-, pero que se mezcla, en
general, con una visión existencialista del mundo.
Todo
lo anterior en una ubicación geográfica para nada casual, pero también como
metáfora de las dos realidades en la que se ve envuelta la protagonista de la
novela y condiciona.
Pero
no hay en el libro nostalgia, sino simple constatación de una pérdida, una
muestra de estupor algo desdeñosa ante los cambios. Todo el libro es una gran
pregunta, un gran anhelo, una manera hermosa y desgarradora de entrañar los
detalles.
Porque
el tema, como se ve, no es fácil de digerir ni de contar. Y menos aún si se
trata de la historia real, individualizada.
La
devastación y la soledad emocional inundan un relato donde la crudeza toma
forma de sueño y realidad, donde el abandono físico y emocional cobra fuerza y
se dirigen a un vacío de melancolía asumible y únicamente los sueños parecen
acompañar en la caída al abismo irremediable que supone la vida.
Una
compleja arquitectura interior sostiene y atraviesa esta novela: concluirá el
narrador sin nombre su novela. El resultado es una historia poderosa con
diferentes capas de interpretación y que tantea el género de la reflexión sobre
la importancia de contarnos las cosas para encontrar salida o solución.
Si
la nostalgia no me ha abandonado durante la lectura de “Las frías noches de la infancia”, tampoco lo ha hecho el dolor de
los secretos y los silencios que se enquistan en el alma y el corazón, porque
esta novela habla de la carga emocional que algunos hechos del pasado imprimen
en el deambular de la vida.
Más
que postales literarias, lo que hace Özlü se nos antoja fogonazos mentales,
intensísimos, donde la vida, pese a todo, aflora con su pulsión y sexualidad.
Construye
unos cimientos y una estructura perfectos con los que hace navegar por la trama
a su antojo, y conduce con absoluta pericia por los caminos que ella quiere que
surquemos.
La
historia es un pequeño texto escrito con urgencia y pasmo, cuando la razón se
tambalea porque no logra articular un discurso que facilite la digestión.
La
escritura de Tezer Ölzü con sus idas y venidas, temáticas, pervirtiendo las
nociones clásicas del espacio-tiempo, parece un reflejo de las terapias a las
que se vio sometida. De una manera acompasada, entra en un tema y salta a otro.
Engarza un momento concreto de su vida y acto seguido te añade detalles ajenos.
Es
por ello que veo “Las frías noches de la
infancia” como un conjunto de textos, emociones y pensamientos a modo de un
gran cuadro. Cada detalle indica una vivencia precisa, minuciosa, íntima pero
determinante, y la visión global de todas ellas es la que da la medida de la
frialdad de unas noches que no fueron sólo las de su infancia, sino las de casi
toda su vida.
Se
construye esta narración, fragmentaria, quizás algo caprichosa, levantada sobre
una prosa potente y directa de la autora. Es una superviviente de la vida real,
se mueve con más desprecio que lástima, pero siempre sin sucumbir, siguiendo adelante.
El
libro podría ser tomado como un derroche de dolor, de un flujo de sensaciones,
pero es más un esfuerzo de la razón por nombrar para descargar incluso el dolor
físico; si, porque el dolor de una pérdida también es físico.
“Las frías
noches de la infancia” se lee de una sola sentada y su cronología desordenada
no dejo de ver a esa niña primera, a esa mujer-niña, a esa adulta-mujer-niña,
siempre disconforme con la vida pero a la que le cuesta tanto alcanzar la
muerte.
Un
reflejo de la tormenta interior y la desolación que era la vida de la
protagonista, una mujer que confiesa no haber sido jamás feliz del todo.
La
autora dota a su protagonista de una voz única, cálida, sensible y
maravillosamente envolvente. Con elegancia pero sin artificio. Muestra, una
gran capacidad para crear una figura realista y cercana, una figura tan real
que podría acabar resultando cercana de cualquier lector. Esto, de un modo u
otro, genera una empatía con ella y con su vida miserable, una de las grandezas
de este libro y de su estilo narrativo en general.
Por
supuesto, tiene mucho mérito dada la complejidad de sus indecisiones, paranoias
y dolor que habita en ella; incapaz de saber si hizo y hace lo correcto, pero
que trata de mantener firme sus convicciones. Es un reto escribir y describir
bien la convivencia entre decisiones y dudas; que casen y fragüen sin que
parezca forzar el binomio.
Una
novela de intensidad variable a lo largo de sus páginas, pero potente, buena,
original, para ver la historia desde dentro, incluyendo la tramoya.
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