martes, 27 de septiembre de 2022

LAS FRÍAS NOCHES DE LA INFANCIA. Tezer Özlü.

La autora falleció de cáncer de mama seis años después de escribir este libro admirable. Cuenta una existencia amenazada por la locura y que no supo vivir o, al menos, vivió con extrañeza.
 
SINOPSIS:
A partir de los dieciocho años, escapando de una infancia en las que se sintió cautiva, esta mujer libre, acechada por la locura, prendada de la vida y de los hombres, vivió en París, Estambul, Berlín y Zúrich, donde murió de cáncer. Desplazamientos centelleantes que seguían la estela de sus caprichos, sus lecturas, sus amores o su necesidad de emancipación y descubrimiento. Pero una sombra la amenaza: diagnosticada maniacodepresiva, es internada y sometida a tratamientos de electroshock. En este texto repasa su infancia, el exilio, su desprecio por el conformismo y la humillación de los hospitales. Y redime su destino gracias a la búsqueda de un amor que alcance el infinito y transporte la vida hacia el futuro, de un destello que irradie y temple las frías noches de su infancia.
 
 
 
 
Hay autores que marcan de manera evidente la vida del lector, y hay autores marcados de manera trágica por su propia vida. Me ha sorprendido este poderoso retal de la memoria escrito por Tezer Özlü.
La palabra “desesperación” es horrorosa. La escritora comienza su relato traspasando sus sentimientos a los lectores.
“Las frías noches de la infancia” merodea por los recuerdos de una mujer acosada por conatos de suicidio y otros abismos. En algún que otro pasaje se describen sus distintas estancias en psiquiátricos, donde la autora padeció abusos y terapias de electro convulsión.
La novela parte, como reza el título, del frío helador que hacía en la casa de Estambul donde discurrió la niñez de la escritora, próxima a la mezquita Fatih, rodeada de pisos de cemento y de terrenos en ruinas en lo que fuera la simiente de la otra Constantinopla. Los años de adolescencia van más allá de las rugosidades de la edad: el extrañamiento, el desdén existencial, el sexo primerizo, el asqueamiento vital.
Es en esta etapa donde afloran los primeros raptos de suicidio.
La juventud, poco después, oscila entre los temibles ingresos en clínicas psiquiátricas, el canto a la vida en libertad y un afán inconformista en lo político –antes y después del golpe militar del 1971-, pero que se mezcla, en general, con una visión existencialista del mundo.
Todo lo anterior en una ubicación geográfica para nada casual, pero también como metáfora de las dos realidades en la que se ve envuelta la protagonista de la novela y condiciona.
Pero no hay en el libro nostalgia, sino simple constatación de una pérdida, una muestra de estupor algo desdeñosa ante los cambios. Todo el libro es una gran pregunta, un gran anhelo, una manera hermosa y desgarradora de entrañar los detalles.
Porque el tema, como se ve, no es fácil de digerir ni de contar. Y menos aún si se trata de la historia real, individualizada.
La devastación y la soledad emocional inundan un relato donde la crudeza toma forma de sueño y realidad, donde el abandono físico y emocional cobra fuerza y se dirigen a un vacío de melancolía asumible y únicamente los sueños parecen acompañar en la caída al abismo irremediable que supone la vida.
Una compleja arquitectura interior sostiene y atraviesa esta novela: concluirá el narrador sin nombre su novela. El resultado es una historia poderosa con diferentes capas de interpretación y que tantea el género de la reflexión sobre la importancia de contarnos las cosas para encontrar salida o solución.
Si la nostalgia no me ha abandonado durante la lectura de “Las frías noches de la infancia”, tampoco lo ha hecho el dolor de los secretos y los silencios que se enquistan en el alma y el corazón, porque esta novela habla de la carga emocional que algunos hechos del pasado imprimen en el deambular de la vida.
 
Más que postales literarias, lo que hace Özlü se nos antoja fogonazos mentales, intensísimos, donde la vida, pese a todo, aflora con su pulsión y sexualidad.
Construye unos cimientos y una estructura perfectos con los que hace navegar por la trama a su antojo, y conduce con absoluta pericia por los caminos que ella quiere que surquemos.
La historia es un pequeño texto escrito con urgencia y pasmo, cuando la razón se tambalea porque no logra articular un discurso que facilite la digestión.
La escritura de Tezer Ölzü con sus idas y venidas, temáticas, pervirtiendo las nociones clásicas del espacio-tiempo, parece un reflejo de las terapias a las que se vio sometida. De una manera acompasada, entra en un tema y salta a otro. Engarza un momento concreto de su vida y acto seguido te añade detalles ajenos.
Es por ello que veo “Las frías noches de la infancia” como un conjunto de textos, emociones y pensamientos a modo de un gran cuadro. Cada detalle indica una vivencia precisa, minuciosa, íntima pero determinante, y la visión global de todas ellas es la que da la medida de la frialdad de unas noches que no fueron sólo las de su infancia, sino las de casi toda su vida.
Se construye esta narración, fragmentaria, quizás algo caprichosa, levantada sobre una prosa potente y directa de la autora. Es una superviviente de la vida real, se mueve con más desprecio que lástima, pero siempre sin sucumbir, siguiendo adelante.
El libro podría ser tomado como un derroche de dolor, de un flujo de sensaciones, pero es más un esfuerzo de la razón por nombrar para descargar incluso el dolor físico; si, porque el dolor de una pérdida también es físico.
 
“Las frías noches de la infancia” se lee de una sola sentada y su cronología desordenada no dejo de ver a esa niña primera, a esa mujer-niña, a esa adulta-mujer-niña, siempre disconforme con la vida pero a la que le cuesta tanto alcanzar la muerte.
Un reflejo de la tormenta interior y la desolación que era la vida de la protagonista, una mujer que confiesa no haber sido jamás feliz del todo.
La autora dota a su protagonista de una voz única, cálida, sensible y maravillosamente envolvente. Con elegancia pero sin artificio. Muestra, una gran capacidad para crear una figura realista y cercana, una figura tan real que podría acabar resultando cercana de cualquier lector. Esto, de un modo u otro, genera una empatía con ella y con su vida miserable, una de las grandezas de este libro y de su estilo narrativo en general.
Por supuesto, tiene mucho mérito dada la complejidad de sus indecisiones, paranoias y dolor que habita en ella; incapaz de saber si hizo y hace lo correcto, pero que trata de mantener firme sus convicciones. Es un reto escribir y describir bien la convivencia entre decisiones y dudas; que casen y fragüen sin que parezca forzar el binomio.
 
Una novela de intensidad variable a lo largo de sus páginas, pero potente, buena, original, para ver la historia desde dentro, incluyendo la tramoya.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario